La autenticidad en psicoterapia: las diferentes facetas de la relación terapéutica

Carl Rogers, el fundador de la psicoterapia humanista hablaba de la aceptación incondicional y de la empatía como las bases del desarrollo personal. La aceptación incondicional y la empatía son imprescindibles en un proceso de psicoterapia. Es fundamental que las personas se sientan comprendidas y que no se sientan juzgadas por su terapeuta. Por si sólo, esto ya es terapéutico.




Cuando nos sentimos mal todos tenemos la fantasía de que son los otros los que son felices y si nosotros no podemos serlo es que algo andará mal en nuestro interior. La aceptación incondicional y la empatía devuelven algunas emociones que pueden ser vividas con vergüenza (como la vulnerabilidad, la rabia, la tristeza, la culpa, etc.) al terreno de lo humano. Donde antes estaba la vergüenza y el oprobio aparece la humanidad compartida, la alegría de sentirse acogido incluso en nuestra hora más triste.

Así es cómo los terapeutas nos vinculamos a nuestros clientes. Aprendemos a quererlos un poco cuando más allá de nuestras propias defensas y de la máscara del otro encontramos un pedacito de esa humanidad compartida. Sentimos compasión por nuestro cliente en el sentido en que podemos conectar con su sufrimiento desde nuestra propia experiencia del sufrimiento y desde allí tratamos de comprenderlo. También así es como tratamos que el cliente se vincule con nosotros. Que aprenda a querernos él también un poco, lo suficiente como para aflojar a ratos sus defensas, lo suficiente como para permitirnos verlo por un momento con toda su terrorífica humanidad (con toda su vulnerabilidad, su pena, su alegría, su ternura, etc.)

Sin embargo con eso no es suficiente. Rogers mismo lo sabía. Por eso a la aceptación incondicional y la empatía añadió la congruencia. Lo que él entendía por congruencia es a lo que los terapeutas gestalt llamamos autenticidad. La autenticidad es el difícil equilibrio en que se mueve nuestro trabajo. Es la capacidad del terapeuta de mantenerse conectado con su propio mundo interno y a la vez con el de su cliente. Es decir, la capacidad de mostrarnos imperfectos y mundanos ante el paciente, la capacidad de dejarnos afectar por lo que el cliente nos trae a consulta y de mostrar las emociones que nos genera. Así, podemos mostrarnos auténticos desde distintas planos:

Desde el apoyo: El apoyo a lo genuino que hay en el otro es una parte esencial de la psicoterapia. En el artículo sobre tipos de emociones  hablábamos acerca de las emociones que mueven mecanismos de acción adaptativos y que en ocasiones o bien se encuentran enmascaradas por otras emociones, o bien se niegan o se reprimen por ideas preconcebidas acerca de cómo deberíamos sentirnos. Este tipo de emociones (cómo mostrar afecto, huir de algo que nos genera un miedo justificado, enfrentarnos a aquello que nos enoja) expresadas libremente nos mueven a desarrollar acciones concretas que nos ayudan a estar mejor. Una relación auténtica desde el apoyo permite que estas emociones emerjan y cobren legitimidad.

Desde la confrontación: No existe terapia sin algún grado de confrontación. Las personas sufren porque tienen una visión de la realidad que a pesar de que en algún momento les ha resultado imprescindible para sobrevivir en el momento presente resulta desadaptativa (sufrimos por ejemplo, por no poder sentir afecto sin sentirnos llenos de temor y creyendo defendernos de una amenaza inexistente alejamos a quienes nos rodean). Desde ese punto de vista, no existe terapia sin la crítica de una determinada visión del mundo. Esta crítica se da siempre desde el apoyo y la aceptación. Desde la comprensión de que el síntoma (lo que genera sufrimiento) es siempre la solución más óptima que la persona ha podido encontrar para una vida que a menudo resulta dura y difícil. Sin embargo, es tan necesaria la crítica como la posibilidad de una alternativa que es siempre el apoyo auténtico de la relación terapéutica. La posibilidad de relacionarse, de sentirse, de estar en el mundo de una forma diferente siempre germina en la relación con el terapeuta. Es por este motivo que no puedo creer en los terapeutas, o pseudo terapeutas que ya sea por su interés comercial o bien porque no pueden poner un límite claro en las relaciones le dicen a uno siempre lo que quiere oír. Sin confrontación no hay cambio.

Desde la frustración: Muchas personas son sorprendentemente hábiles para conseguir lo que desean sin pedirlo directamente. Todos hemos aprendido a ejercer un grado sutil de manipulación en la relación con los otros, sólo que la mayoría de nosotros lo hacemos inconscientemente. Un terapeuta poco atento puede encontrarse diciéndole a una persona dependiente y acostumbrada a volcar en los demás la responsabilidad sobre su propia vida qué debe hacer y cómo hacerlo. El papel del terapeuta en estos casos es señalar esos juegos inconscientes y aprender a frustrar (no dar atención, no decirle al otro que debe hacer, etc.) para que su cliente aprenda a desarrollar sus propios recursos y su autoestima.

http://psicoterapiacotidiana.com/la-autenticidad-en-psicoterapia-las-diferentes-facetas-de-la-relacion-terapeutica/
 

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