Cuando el amor huela mal..


Ningún niño quiere ser violador de mayor. Ningún hombre cree que, algún día, será capaz de matar a esa mujer a la que dice que ama. Ningún hombre se imagina dándole una paliza a la madre de sus hijas.
Ninguna niña quiere ser violada de mayor. Ninguna mujer cree que, algún día, el hombre que le dice que la ama, sería capaz de matarla. Ninguna mujer se imagina que el padre de sus hijos le dé una paliza.

 


Hasta que un día pasa. Ese hombre que te decía cosas bonitas, te buscaba en la cama para abrazarte, se llevaba bien con tu entorno y se acordaba del cumpleaños de tu madre, te pega una hostia. O te agarra del cuello, o te obliga a tener sexo, o te impone la manera de tenerlo. O te mata a hachazos, o te prende fuego. O mata a tus hijas a golpes, con una barra de hierro.
Si te recuperas, serás capaz de pensar qué mala suerte has tenido. Pero no es cierto. No sólo porque hayas sobrevivido. Seguramente, lo que te ha ocurrido no tiene nada que ver con la suerte, Seguramente, te ha pasado porque has desobedecido.
A él, a la escuela, a la iglesia, a tu familia, a la televisión, a los cuentos, a las canciones, a los refranes, al cine, al destino, a los jueces, a la policía, a las demás mujeres, a los hombres, al tiempo. A todos esos espacios que te enseñan a creer que –para nosotras- siempre el amor es primero. Y que todo lo que se hace, se dice, se siente, se sufre en nombre del amor, es bueno. Que el amor compensa la tristeza, el aburrimiento, la pena, la ansiedad, el dolor, la angustia, el miedo. Que cura los insultos, el cansancio, el hastío, el desprecio. Que un hombre puede hacerte, decirte o pedirte cualquier cosa, si después te suelta un “te quiero”.
Algo tenemos que hacer con este amor que huele a muerto. A muerta, por cierto. Con este amor que les enseña a ellos que son nuestros dueños. Nadie se lo dice así, se lo cuentan suave, despacio, desde pequeños… hasta que no se dan cuenta de que se creen que es cierto. Se creen que pueden controlarnos, limitarnos, opinar sobre nuestro cuerpo, presionarnos para tener sexo, regatearnos el condón, las veces, los agujeros… esperar que les cuidemos, y a sus hijos, y creamos que sus sueños son los nuestros. Que cocinemos, limpiemos, freguemos y callemos. Que esperemos a que cambien, que hablemos en plural, que renunciemos a tener tiempo.
Algo tenemos que hacer con este amor que huele a muerto. A muerta, por cierto.
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